hector y su pasión: las ciencias naturales

Hablamos ayer de lo importantes que son algunas habilidades que nuestro hijos deben adquirir y que les van a ayudar a desarrollarse plenamente y también, a conseguir su objetivos vitales, en lo personal y en lo profesional o social. Si hablábamos ayer de la capacidad para trabajar en equipo hoy lo haremos de la pasión, entendida como elegir nuestra pasión y dedicarnos a esa actividad apasionadamente.

La verdadera excelencia, entendido como hacer algo de forma extraordinaria, diferente y creativa, nace de la pasión, del amor y la entrega, del placer. Si, del placer, como motor de nuestros actos. Nos entregamos a lo que nos llena y nos hace sentir que podemos ofrecer algo personal, único y bueno. Aumenta la autoestima y la idea de propia competencia. Lo bien hecho nade de la pasión.

La pasión por lo que hacemos

Y con lo dicho anteriormente llegamos a la segunda habilidad indispensable: la pasión por lo que hacemos o, mejor dicho, encontrar aquello que despierta la pasión y dedicarse a ello intensamente.

En la foto está mi hijo Héctor con los libros de ciencias que el año pasado leyó, pues es un tema que le apasiona, tanto que este año va a hacer un curso a distancia en la Universidad de Edimburgo sobre Astrobiología. Es lo que tiene seguir una pasión, te conviertes en un experto y lo disfrutas, sin más límite que el que tu encuentres en ti mismo.

Ignorar el valor de la pasión individual es quizá una de las causas del fracaso del sistema educativo español y de la insatisfacción personal en la vida adulta. ¿No os parece?

Cuando, en la escuela o, después, en la vida laboral, se intenta conseguir motivación, se ofrecen premios, compensaciones por el esfuerzo o incentivos: sean notas, caritas sonrientes, reconocimiento público, bandas, grupos destacados para los mejores estudiantes, viajes de empresa, regalos, dinero… pero el alcance de esos incentivos es limitado.

Ni premios, ni castigos

Lo que realmente hace que nos entreguemos a una actividad con un enorme interés, sacándole lo mejor que puede sacarse de ella y dándole lo mejor de nosotros mismos, con creatividad y con esfuerzo, no es el premio, ni lo es el castigo, es la pasión.

Todos hay cosas que nos apasionan y convierten el esfuerzo en profundo disfrute personal. Ese centro de interés, esa actividad, puede llegar a ser el objetivo vital y profesional, pero, desde luego, para los niños, será aquello que les haga crecer, entregarse, mejorar, aprender por el propio deseo de aprender.

Lo que los padres y educadores tienen que hacer es ayudar al niño a encontrar ese objeto de su pasión y facilitarle el que pueda explorarlo, aprenderlo y motivarse en ello: tocar un instrumento, leer sobre mitología, escribir poemas, cantar, jugar al tenis, hacer maquetas, pintar, comprender como funcionan los juegos de ordenador, diseñar espadas de madera, los animales prehistóricos, la cocina…

Pero sin nuestra ayuda y apoyo pueden quedarse entre el aprendizaje obligado y obligatorio de los libros escolares y el ocio no creativo, sin pasión. Animémosles a encontrar su pasión y a dedicarle tiempo. Es una enorme riqueza lo que esta experiencia les va a ofrecer para su desarrollo personal.

Dificultando la pasión por crear y aprender

Pero cuando elegimos las actividades y los contenidos desde fuera, y sobre todo, los hacemos obligatorio, matamos la capacidad de elegir y llega el aburrimiento. Sin embaro, cuando trabajamos desde el centro de interés del niño su energía aumenta y rebrota el deseo de profundizar y de entregarse plenamente. Ahí radica el misterio de la creatividad y de la excelencia, del interior, no de los premios.

Podemos observar en los niños pequeños esa intensa concentración apasionada cuando investigan un nuevo juguete o cuando pintan, escalan o miran un cuento. Romper ese momento es un pecado y habría que cuidarse mucho de hacerlo si no es realmente indispensable. No hay que interrumpirles. Entonces les permitimos descubrir lo importante que puede ser el trabajo mental y lo satisfactorio que es el logro personal.

Otro error, unido a las interrupciones, que es muy dañino para la pasión de los niños por el aprendizaje, es calificar su trabajo. Las cosas no están bien o mal según se cumplan parámetros, sino por el esfuerzo, la búsqueda de nuevas soluciones, la intensidad de la concentración. No es necesario decirles si han pintado bien o mal, y mucho menos calificar su trabajo si se han salido o no del margen del dibujo a colorear.

Descubriendo su pasión

Los niños nacen con una curiosidad innata. Preguntan, investigan, tocan, quieren saber de todo y todo lo posible. Ese impulso nace de ellos mismos, no es externo, pero si tiene que recibir la respuesta correcta del exterior.

Y la pasión por un tema o una actividad, ese es el gran reto. Ofrecer al niño posibilidades de descubrimiento y dejarles explorarlas. Permitirles decidir y disponer de tiempo para entregarse a su pasión: sea la Naturaleza, la música, la pintura, las ciencias, los cuentos, el deporte, la informática… cuando a un niño algo le apasiona debemos permitirles hacerlo, sin marcar objetivos externos, sin obligar y sin juzgar.

No sabemos lo que nacerá de una pasión, pero sin pasión no se ha logrado nada nuevo ni valioso. Pero el propio decubrimiento de una pasión es ya un elemento de riqueza personal enorme, incalculable. Y por eso la pasión se trata de la segunda habilidad que los niños tienen que aprender.

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