Si se porta mal podría necesitar más ejercicio

“No para, es que no para”, dicen muchas madres cuando hablan de sus hijos. Los niños tienen más energía que el conejo de Duracell y muchas veces no tienen oportunidades suficientes durante el día para gastarla. Muestra de ello es que son muchos los padres que no pueden seguir el ritmo de sus hijos, plenos de fuerzas que les sirven para conocer, explorar y aprender de su entorno y de sí mismos dónde están los límites de su ambiente y dónde los propios.

El problema es precisamente ese, que los niños tienen más energía que nosotros y, si cuando estamos con ellos aún no han descargado buena parte de ella, es muy probable que quieran hacerlo, a riesgo de que les tachemos de incorregibles o maleducados y de que les digamos que se estén quietos, o sea, les pedimos que dejen de portarse mal cuando están haciendo, precisamente, lo que más necesitan.

Yo en casa lo tengo comprobadísimo, los días que van al colegio y los días que hacemos actividades poco físicas luego por la tarde tienen un sobrante de energía tal que en casa montan la marimorena. Saltan en el sofá, suben, bajan, corren por el pasillo, se persiguen, juegan a pelearse, me persiguen, lloran porque se han dado un golpe, lloran porque se han excedido en sus juegos y entonces nos acordamos de nuestras infancias en la calle y de cómo quemábamos calorías detrás de una pelota, escondiéndonos en los portales y subiendo y bajando de los toboganes.

¡Pero si el colegio los deja molidos!

Ya, eso me decían a mí, que mis hijos llegarían a casa al acabar el cole y que se quedarían dormidos en el plato, como tantos vídeos que corren por internet de niños que no son capaces de cenar porque cabecean hasta quedar rendidos sobre la mesa. Pues en mi caso, por lo menos, no es así. No sé si es que les hacen sentarse demasiado rato o que tienen poco tiempo de juego libre, pero salen del colegio igual que entran. Bueno, miento, salen con más energía aún, porque por la mañana con eso del “me acabo de despertar” aún van un poco aletargados.

Así que salen cargados de vida y con poca posibilidad de quemarla porque no vivimos en la montaña, no hay largos caminos desiertos, no hay charca con ranas ni riachuelo sobre el que construir un puente con troncos. Aquí sólo hay asfalto gris y parques, esos lugares extraños y artificiales donde los niños van a la suya, tienen que compartir el espacio por turnos, donde unos siguen unas normas de convivencia y otros siguen la ley del más fuerte y donde muchos padres tenemos que educar a propios y ajenos (como veis, no me apasionan).

Más acción, por favor

La actividad física es beneficiosa para la salud en muchos sentidos: control del peso, aumento de la masa mineral ósea, menos resfriados, aumento de la fuerza en general, de la flexibilidad, etc. Los niños necesitan moverse, jugar, correr y hacer deporte porque sus cuerpos se lo piden.

Cuando están en edad preescolar tienen que hacer tanto ejercicio como quieran, es decir, se considera suficiente la actividad que surge de la curiosidad y la exploración, de las ganas de saber y aprender, la que el niño pide y necesita. Si un día no ha podido explorar o investigar porque lo hemos tenido liado con otras cosas, es posible que a poco que pueda, a poco que tenga un poco de libertad, busque una actividad que le ayude a quemar la energía que le sobra.

Luego, si hablamos de niños más mayores, se considera adecuado que hagan ejercicio entre media hora y una hora al día, que no tiene por qué ser ejercicio en un deporte organizado, como un equipo de fútbol, tenis, hockey o baloncesto, por ejemplo. Si así fuera, se recomienda que el niño tenga al menos seis años, que vaya porque le gusta y, sobretodo, que disfrute con ello.

Concluyendo

Ahora los niños no viven en las calles como sí lo hacíamos nosotros. Ahora salen del colegio, donde muchos pasan todo el día y, o hacen alguna extraescolar como inglés o música o quizás alguna deportiva, pero que no hacen todos los días, o se van directos a casa. En ese caso, cuando no hay extraescolar ni parque ni calle, queda un sobrante de energía, de curiosidad, de ganas de hacer algo que necesitan gastar, y claro, en casa puede llegar a ser poco menos que desesperante.

Si vemos que la razón de que nuestro hijo se “porte mal” es que tiene unas ganas irrefrenables de comerse el mundo, deberemos entonces tener en cuenta que nuestro deber como padres es permitir la acción, si no es en casa, porque molesta, fuera, buscando actividades para él, bajando al parque o haciendo actividades en las que compartir tiempo con ellos.

Foto | Lance Neilson en Flickr
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